LA FERTILIZACIÓN NATURAL EXCEPCIONAL EN EL PASADO
Antaño, los pueblos del mundo tenían procedimientos normalizados para lograr el embarazo de las mujeres que no se quedaban encintas en sus relaciones familiares. Algunos de tales procedimientos chocan con la mojigata mentalidad de la sociedad contemporánea, una de las más restrictivas y represivas de la historia en lo referente al Eros heterosexual. Hay gente que cree que, porque internet está atiborrada de pornografía, hórrida basura toda ella, y porque la sexología ortodoxa hace de la masturbación el ungüento amarillo que todo lo resuelve, estamos en una sociedad con libertad sexual. Pero no. El que proliferen las fábricas capitalistas de seres humanos es una expresión de que no es así.
El erotismo heterosexual, en especial en lo que afecta a las mujeres, está más perseguido hoy que nunca antes. Mucho más que bajo el franquismo, por ejemplo. Pero lo están con procedimientos tan perversos y malvados, tan intolerablemente neopatriarcales, que la desventurada fémina media se cree “libre” estando en realidad sin libertad para vivir su sexualidad. De ahí resulta la pésima salud media de las mujeres en nuestro país, en especial de las que están en edad reproductiva, una gran masa de personas enfermas y en fase de desmoronamiento, entre otras razones, porque se las impide y a la vez se las prohíbe tener sexo y amor auténtico, no basura pseudosexual enfermante.
Una prueba de que ello es así está en la asombrosa (y alarmante) proliferación de la amenorrea en mujeres de menos de 30 años, lo que indica además envejecimiento prematuro. Mujeres que tienen una edad biológica que es unos veinte años superior a su edad de calendario. La causa principal es la falta de sexo auténtico en estas féminas y además, en algunos casos, el recurso excesivo al sexo basura enfermante.
Algunas de estas mujeres, muy pocas por desgracia, en cuanto consiguen sexo auténtico (sea sexo por deseo o sexo por deseo-amor), equiparan su edad biológica con su edad de calendario, e incluso rebajan la primera en relación con la segunda (en torno a 30 años biológicos, para 35-40 según el calendario, por ejemplo), entrando en una fase de vitalidad corporal excepcional y muy euforizante, feliz experiencia proporcionada por la sexoterapia, que prueba el aserto anterior. Es esas condiciones se tornan excepcionalmente fértiles, de manera que consiguen un embarazo (y varios más después, si lo desean) sin esfuerzo.
El Eros reproductivo en los pueblos naturales
El libro de Adolf Tüllmann “Vida amorosa de los pueblos naturales” recoge testimonios de comunidades humanas de Oceanía, Australia, Asia, América y África justo en el momento anterior a haber entrado en relación con los europeos, en lo referente a sus actividades amatorias. Una de las instituciones que llama la atención es la del “auxiliar de reproducción”. Es este un varón que se ocupa de embarazar a aquellas mujeres que no logran el preñamiento con su pareja. Cuando, transcurrido un tiempo prudencial, la mujer no queda en estado, la pareja acude a dicho “auxiliar” y le ruega que tenga sexo con la esposa, siendo luego agasajado con regalos simbólicos.
Pero esta institución, la del auxiliar o colaborador en la reproducción, no es privativa de tales pueblos, pues ha existido en Europa. Miremos sin prejuicios sexistas ni biopolíticos la pintura neolítica de Cogull, en Lleida, de hace unos 5.000 años, que forman parte del estilo esquemático levantino. En ellas aparece, al fondo, un varón itifálico, con el pene casi en erección, y más próximo, en perspectiva, al observador está un grupo de mujeres, ataviadas con elegantes faldas y botas, y con los senos al aire, unas, las que están en el interior del círculo, por tanto, más próximas al varón potente, en rojo, y las que se sitúan en la línea exterior, más alejadas, en negro. Todo ello es de una expresividad obvia, pero explicitémoslo. El sujeto itifálico es el “auxiliar de reproducción” del territorio, las féminas en rojo (indicación de excitación y calentura sexual) marchan a fornicar y embarazarse, acompañadas por otras mujeres, las que aparecen en color negro y más alejadas, que ejercen como público acompañante.
Quien más se ha aproximado a desentrañar el verdadero significado de esta representación pictórica que nos llega del fondo de los tiempos es el que la califica de “danza procreativa”, con la salvedad de que no es danza en sí sino la fase excitativa previa al coito. El mensaje de la pintura es: amigas, venid y quedareis preñadas. Y ellas van a lo que es un actuar institucionalizado, al que acuden mujeres que no logran un embarazo en sus relaciones habituales, pero también otras, quizá, que desean sexo intenso, de calidad, a cargo de un varón con mucha más experiencia y sabiduría en el arte de fornicar, pues, como dice el refrán, “la experiencia es la madre de la ciencia”, en este caso de la sabiduría amatoria y copuladora.
Se ha de encuadrar el coito fertilizador, por tanto, coito sublime, que está representado en Cogull, en el marco de la vida sexual de los animales, La parte erótica de esta pintura está rodeada de animales salvajes, cabras, ciervos, etc., cuya vida reproductiva era de sobra conocida por las personas de entonces, pero no por las de ahora, superlativamente ignorantes. En esas especies animales, son varias, o muchas incluso, las hembras que escogen, para ser montadas y preñadas, a un mismo macho, de manera que los seres humanos imitan lo que ven en la naturaleza, además de los que les emana de lo profundo de su instinto, debido a que son unos mamíferos más, y por eso el artista, o quizá más exactamente, la artista de Cogull (no hay duda de que la pintura es obra femenina, por la temática y por el mimo estético con que trata a las mujeres), presenta la realidad como es: sexo natural en humanos, que son unos mamíferos más, en el marco del sexo que hacen los mamíferos que les rodean, y de los que se alimentan, en tanto que recolectores-cazadores.
Pero, ¿no hubo una fase de promiscuidad sexual humana en la que el “auxiliar de reproducción” era innecesario? El mito politicista de la promiscuidad, de la que se hace derivar nada menos que determinadas instituciones sociales, tiene un problema: en ninguna sociedad se ha encontrado dicha promiscuidad1, de los miles de sociedades humanas que nos son conocidas. Tampoco existe en los mamíferos, dejando a un lado, supuestamente, a dos especies, los zorros y una variedad de chimpancés. Todos los demás mamíferos invariablemente se atienen, para su reproducción, a las pautas siguientes: 1) en los periodos de celo de las hembras, éstas escogen al macho que las va a fecundar, 2) tales machos privilegiados, una pequeña minoría del total de ellos, acumulan sexualmente a una cantidad más o menos notable de hembras, formado lo que se denomina rebaño reproductivo, 3) en el acto de coitar las hembras aparecen totalmente pasivas y aparentemente no orgásmicas, 4) una vez copuladas, se desentienden por completo del sexo, ya ni buscan ni aceptan machos, 4) los machos, en su gran mayoría, jamás tienen sexo con hembras, 5) este tipo de sexo es de una eficacia reproductiva enorme, pues la casi totalidad de las hembras quedan preñadas en él, con una sola cubrición.
Los zorros y los chimpancés bonobos son las únicas especies en las que, dicen, existe promiscuidad. Si es así, son la excepción que confirmar la regla. Pero algunos entendidos advierten que tal creencia se sustenta en observaciones de campo equivocadas. Los zorros son cánidos, entre los cuales hay una prerrogativa sexual del macho muy efectiva, con el fenómeno del “abotonamiento”, (en lenguaje popular, “quedarse pegados”), por el cual se asegura de facto que sean sus espermatozoides los que fecundan a la hembra, para lo que permanece con el pene en el interior de ella hasta que el cigoto ha sido acogido por el organismo de la perra, entre 10 y 20 minutos. Y, así las cosas, ¿podemos admitir que los zorros son tan radicalmente diferentes de sus primos? En el caso de los bonobos algunos observadores, dejándose llevar por sus prejuicios político, que requieren de una fase “promiscua” para validar sus absurdas teoréticas, probablemente ven lo que no hay, o apenas hay. En todo caso, serían exactamente eso, la excepción que confirma la regla.
Es verdad que algunas especies animales (los elefantes, etc.) tienen una fase, muy limitada en el tiempo y en sus efectos, de alguna promiscuidad ejercida por hembras muy jóvenes, que se inician así en la vida sexual. Pero está por demostrar que tales hembras tengan sexo real (esto es, con penetración) y no sexo aparente, y en cualquier caso tales coitos parece que no tienen efectos reproductivos. Terminado ese periodo, todas las hembras, cuando tienen el celo, entran en la tarea de escoger al macho que las fertilizará, ese y sólo ese, lo que indica que se han hecho maduras, adultas. Esto se da también en algunos pueblos naturales, como lo documenta Adolf Tüllmann, donde las y los adolescentes conocen un periodo de “libertad sexual” que termina cuando alcanzan edad para constituir una familia. Hay diversos tipos de familias, pero todas las sociedades humanas conocidas viven en familia, siendo el “auxiliar de reproducción” el complemento a aquéllas que lo necesiten. Hay que decir también que la promiscuidad obligatoria, por motivos políticos, que fue impuesta en las comunas hippies resultó notoria para su fracaso, siendo aquéllas uno de los productos más penosos salidos de la “revolución sexual” de los años 60 del pasado siglo. En particular, resultaba inaceptable para las mujeres. El sexo humano natural tiene un componente, mayor o menor, de amor, y ello conlleva la libertad de elección de la pareja sexual, de manera que negar dicha libertad es a la vez disfuncional y monstruoso. Las comunas hippies apenas duraron unos pocos años, según era de esperar. Como dice el refrán, “los experimentos, con gaseosa”. Sus mentores, dogmáticos hasta decir basta, no extrajeron ninguna conclusión de tal fracaso, por lo que continúan promoviendo sus averiadas teoréticas…
En la cueva francesa de Les Trois Freres, aparece el denominado, por mentes pudibundas, “Hechicero”, un varón que porta en su cabeza unos cuernos de ciervo, o quizá de reno, junto con la piel del animal, y que hacer gala de unos exuberantes testículos, obra de hace 15.000 años. Estamos ante la representación de otro “auxiliar de reproducción”, este ataviado con el símbolo de uno de los animales más potentes genésicamente, el ciervo, y presentado artísticamente de un modo mágico o esotérico, para dotar al coito reproductor de su esencia divina, la de creador de vida. Las personas de entonces observaban todos los años, en el otoño, con la berrea, que los ciervos forman rebaños reproductivos, de entre cinco y treinta hembras libremente comprometidas con cada macho elegido, en que unos pocos machos, quizá sólo el 10% del total, tienen acceso carnal a aquéllas. En la parte iconográfica del arte románico, siglos XI-XIII, son comunes las representaciones escultóricas, algunas de magnifica calidad estética, de varones con cuernos y pieles de ciervo sobre su testa, lo que indica la importancia que tuvieron en el medioevo los “auxiliares de reproducción”.
En relación con ello está el mito del aquelarre que, en su verdad última, una vez limpiado de la mentira y la bilis que sobre él lanzó la inquisición, Goya, el ilustrado de pitiminí, y los eruditos actuales, es una escena de sexo generador similar a la que aparece en las pinturas de Cogull. En un prado se reúnen mujeres, unas para coitar y otras para participar como público en la fiesta creadora de vida humana. El varón-macho reproductor se adorna con una cuerna y una piel negra de macho cabrío, de cabrón, que probablemente sea el animal más fecundo, pues uno solo, en tanto que macho copulador de las cabras salvajes fertiliza a varios cientos de hembras. El encuentro en el prado consta de varias operaciones: 1) concentración en él de mujeres y solo mujeres, jóvenes coitables y mayores espectadoras, igual que en Cogull, 2) veneración del falo generador de vida humana perteneciente al macho, conforme a lo expuesto por Amancio Peratoner en su conocido libro, “El culto al falo”2, 3) coitos públicos y explícitos, sucesivos, gracias a la potencia testicular del varón-macho, como aparece en la citada cueva de Les Trois Freres, 4) ósculo de las féminas fertilizadas en el ano del cabrón como expresión de adhesión y fidelidad sexual, lo que deja abierta la puerta a posteriores aquelarres, a ulteriores embarazos.
Hay algo que debe ser explicado, dado la colosal ignorancia de las gentes contemporáneas. La sexualidad de los machos de los mamíferos es endeble y problemática, para la gran mayoría de ellos. Eso lo saben bien los pastores que tienen ganado en extensivo y abominan de la reproducción artificial. Ellos prestan mucha atención a la selección de los machos padreadores, reproductivos, pues conocen que, si no se les otorgan privilegios alimenticios, de alojamiento, etc. y, sobre todo, ni no se les escoge bien, no puede cumplir su función, lo que amenaza con dejar “vacías” a las hembras, esto es, quizá cubiertas malamente pero no preñadas, asunto catastrófico para el ganadero, que no logra crías de sus ganados por esta causa en ese año. En los animales de granja, la potencia sexual de los machos se determina por el tamaño de los testículos.
Los estudios hechos sobre la sexualidad de los machos de la especie humana, de los hombres, alcanza las mismas conclusiones. Lejos de mito sobre que “todos los hombres quieren lo mismo”, que enarbolan ciertas mujeres malévolas, la verdad es que hay diferencias enormes en el deseo sexual y la capacidad genital de unos hombres y de otros. Esto se observa también en la actividad libidinal, tan diferente, de personalidades (reyes, caudillos, etc.) cuya vida íntima es bien conocida, con algunos hiperactivos y otros muchos apáticos, o casi. El difundido estudio de A. Kinsey, “El comportamiento sexual en el hombre”, 1948, sobre la sexualidad masculina lo muestra. Muy recientemente, estudios de campo realizados en países anglosajones parecen evidenciar que el grueso de la actividad sexual masculina actual se concentra en el 15% de los varones, que abarcan en lo fornicatorio al 80% de las mujeres. Si eso fuera así, mostraría que la sexualidad humana es muy parecida a la del resto de los mamíferos.
Pero esas cifras son difíciles de admitir. Estudios parciales más creíbles, efectuados unos años antes, indican que, de facto, en la penumbra de lo privado, el 1% de los hombres tienen sexo con el 25% de las féminas, que un 50% de éstas vive una sexualidad en pareja más o menos satisfactoria y que el 25% restante adopta comportamientos erráticos. Estos datos son de hace 20 años, y ponen en evidencia un estado de cosas que se ha mantenido igual durante siglos y milenios, pues resulta ser la forma natural de vivir la sexualidad humana. Un estudio efectuado en un hospital de nuestro país hace unos pocos años, con pruebas de ADN realizadas a la madre, al bebé y al padre que figura como tal en el libro de familia o como pareja de facto, concluyó que el 30% de los nacidos no eran hijos biológicos de dicho sujeto, sino de otro varón. Datos similares, ya fueron encontrados en estudios análogos, aunque entonces bastantes rudimentarios por falta de recursos técnicos, realizados en maternidades de EEUU a mediados del siglo pasado.
Ahora, en los últimos años, la situación se ha desequilibrado de manera radical, con la emergencia de la nueva mujer polífrígida, totalmente desinteresada del sexo auténtico, así como de la maternidad, cuya existencia está volcada en la profesión, la carrera, el poder y el dinero, que forma el 70% de las menores de 50 años. Y si desea ser madre, acude a la fábrica capitalistas de seres humanos, lo que aparece, según se escucha a sus usuarias, como “muy moderno y muy liberador”. A partir de ahí, la extinción de la especie humana se vislumbra en el horizonte. La responsabilidad de ello es del movimiento neopatriarcal feminicida, que alienta y financia con cantidades colosales el gobierno.
La institución familiar y el sexo
La familia, hoy en trance de desaparición, para ser sustituida por una constelación disfuncional y agónica de criaturas solitarias, enfermas, no libres y desexuadas, cumplió en el pasado muchas funciones. Una era la relacional, la vida afectuosa. Otra la productiva, pues la familia fue unidad productiva básica, en lo que se conoce como modo de producción doméstico. Otra más era la de proporcionar servicios asistenciales a sus miembros, en la enfermedad, en la vejez, etc., por medio de la ayuda mutua. Una más, la de tener hijos, criándolos y educándolos. Igualmente, satisfacía el instinto sexual de sus integrantes adultos. Este último punto no era el decisivo, situándose por detrás del resto: afectos, productos, asistencia, descendencia, crianza y luego, sólo luego, sexo.
Dada las enormes diferencias en el deseo sexual que hay entre las personas, podía acontecer que la pareja, los cónyuges, coincidieran en lo libidinal, o que no. Podía suceder que una de las partes desease más, o que desease menos. Entonces se efectuaba el encaje fuera de la familia, con otras personas como parejas copulantes, todo ello en la sombra de lo oculto, con discreción, pues el sexo se practicaba, pero de él no se hablaba, tal era la norma. Si resultaba ser el hombre quien quería más sexo, miraba en torno suyo y, a menudo, con el acuerdo tácito o explícito de la esposa, operaba. Si era la mujer, pues lo mismo. Aquella forma de familia era como un edificio con dos niveles bien diferenciados, el de lo explícito y abierto, en la planta principal, y el de lo oscuro y en penumbra, la bodega. De ese modo se ajustaban las necesidades sexuales de todos al pacto implícito fundamental, que la familia como institución múltiple fundamental continuase activa y sana. El ataque de la inquisición, o sea, del Estado, a los aquelarres no se debía a que rechazase su función decisivamente reproductiva sino a que eran semi-explícitos, y no a media luz, y a que estaban relacionados con cultos religiosos anteriores y ajenos a la iglesia. Pero la transgresión de facto y oculta de la sexualidad conyugal institucional continuó siempre. Porque la familia, en esencia, es una institución social, y solo secundariamente, un compromiso sexual.
Todo cambia cuando diversos Estados comprenden que pueden cubrir sus necesidades de mano de obra, soldados, etc. con la emigración. Cada emigrante vale lo que ha costado criarle, hoy unos 200.000 euros, que es la suma que gana el país receptor, rico, y que pierde (con los ajustes correspondientes entre los valores de las diversas monedas) el país emisor, pobre. Así pues, había que poner coto en los países ricos a la sexualidad heterosexual, la única potencialmente reproductiva. Se trataba de reducir al mínimo los nacimientos, para rebajar todo lo posible los gastos estatales (o del Estado de bienestar) de crianza. O sea: menos ambiente erotizado, menos coitos, menos nacimientos y más emigración. Este negocio institucional es una de las bases del ataque a la sexualidad natural reproductiva que conoce nuestro tiempo. Otra es la conversión de la mujer, sin contar con su voluntad, en un autómata o robot desexuado que vive únicamente para hacer ricos a los empresarios, con su trabajo incesante. Ser un robot con forma de mujer que se inmola trabajando como esclava asalariada es, según las ideólogas neopatriarcales, equivalente a “liberarse” …
El primer paso fue constituir las bases ideológicas de una nueva familia en los años 60 del siglo pasado, exactamente entre 1965 y 1970, apoyándose en los estudios sexológicos efectuados desde los años 40 de ese siglo en EEUU. Este país, que ha vivido siempre de los emigrantes, era el adecuado para los nuevos cambios, seguido de Francia, que también se ha ido nutriendo de emigrantes desde el final de la I Guerra Mundial, en 1918. Tal familia coloca el sexo en el primer lugar, por delante del amor y el afecto mutuo, la creación de bienes, la crianza de la prole, etc., esto es, trastoca la lógica interna de la institución familiar. Y al exigir “sinceridad” e “igualdad”, concretada en lo amatorio, pero no en lo amoroso, tiró por tierra el fundamento oculto de aquélla, con los ajustes sexuales que mantenían estable a la institución. La resultante ha sido exactamente la buscada por los teóricos de la “revolución” sexual”, en realidad una contrarrevolución, de los años sesenta de la pasada centuria. A saber, el final de la familia, la huida de los hombres y sobre todo de las féminas de esa sexualidad artificial, la desexualización, con polifrigidez en las mujeres e impotencia en los varones, la “agonía del Eros”, y, como consecuencia, la infertilidad masiva, la depresión universal y el desplome de la natalidad. Y algo más, esto quizá indeseado por los cerebros pensantes, de manera que ha sido un daño colateral, la constitución de una fémina sola, desolada, atribulada y muy enferma, que se hunde cada día un poco más en la ansiedad, la depresión y las fantasías de suicidio. Y por si no fuera suficiente, llegan las clínicas de reproducción asistida…
Presente y futuro de “los auxiliares en reproducción”
Tales beneméritos varones han hecho en el pasado un gran servicio a la especie humana. Demonizados por unos y por otros, asoman la jeta, clandestinamente, al investigar la vida erótica de las mujeres gallegas, donde han estado activos hasta hace unos 30 años, resultando significativo que su extinción haya coincidido con un desplome tan radical de la natalidad allí que hay sociólogos que anuncia la fecha, próxima, en que desaparecerá el pueblo gallego. Los esfuerzos que alguna persona, que me merece todos los respetos, para que se estudie la sexualidad asombrosamente libre, sana, bonita y magnifica de las mujeres gallegas de las clases populares, un ejemplo para las féminas infértiles (hechas infértiles desde el poder político) de hoy en todo el país, por el momento no han llevado a nada. Ellas operaron con dos instituciones básica, los “auxiliares en reproducción”, fertilizadores, y las “comadreiras”, o grupos de mujeres -también hombres- que se ocupaban de la crianza de los bebés, crianza colectiva y comunal.
Esta, además, la leyenda del Pai Pero, al que el grupo de folclore castellano La Bazanca canta, con las 120 cunas, y una más, que consigue llenar de criaturas con una sola tacada fornicatoria grupal, todo un fenómeno de la cosa el tal Pai Pero, no menos eficaz que el varón itifálico catalán de Cogull, ni que el sujeto reproductivo a tambor batiente de los akelarres vascos, el akel-varón, o macho cabrío/macho humano de enormes testículos, cuernos colosales y hermosa capa (piel) negra.
Hoy, la venerable institución no existe. Ya no hay varones, salvo alguna excepción marginal, que efectúen esa decisiva función. En cambio, están los que venden su semen a las clínicas, un acto intolerable, que anuncia el retorno al régimen esclavista, pues si en éste los seres humanos eran llevados al mercado en su totalidad, ahora se lleva al mercado sus partes, el esperma masculino y los óvulos femeninos. Y existen canallas, ellas y ellos, que lo comercializan, que se prostituyen así.
Hay un aspecto de los “auxiliares” que hoy conviene destacar. Debido al espeluznante grado de desexualización de la persona media en nuestra sociedad, si se trata de estimular la fertilidad femenina se tiene que ser un maestro en el arte del fornicio, en las prácticas amatorias. Ante no era así, pues las mujeres vivían en un sistema social altamente erotizado, en el cual ovulaban con facilidad, de manera que los “auxiliares” se limitaban sobre a aportar el esperma necesario, aunque es cierto que sabían bastante del arte de coitar. Hoy eso ha cambiado, y sin una habilidad y saber especiales, para estimular a la fémina, en tanto que hembra de la especie humana, la cosa no puede funcionar. Ese asunto, el de la sabiduría ancestral, preparatoria y copuladora, de los “auxiliares”, lo trataremos en otro artículo de este blog. Necesitamos un nuevo “Arte de amar”, de Ovidio, pero mucho mejor que éste en los contenidos, pues es una obra entre ridícula e insignificante, a pesar de lo mucho que se cita. Hoy, la humanidad precisa de un manual que se titule “El arte del sexo transcendente”, para que el actual invierno demográfico no se convierta en el momento final de la especie
RODRI
1 Si hay un libro patético, resultante de la “revolución sexual”, además de “La función del orgasmo” de W. Reich, es “Ética promiscua”, de D. Easton y J.W. Hardy, cuya primera edición es de 1997. Resulta ser el manual perfecto para que todos terminemos en la desexualización, los hombres impotentes y las féminas polifrígidas. Sus autoras se lanzan a pontificar sobre el sexo con el mayor desparpajo sin tener mi idea acerca de él, igual que se observa en Reich. Ni estudian nada, ni comprenden nada, ni reflexionan sobre nada. Cuando la existencia es un juego frívolo, amoral e irresponsable en el que el esfuerzo queda demonizado, ¿para qué hacerlo bien, dado que resulta tan duro y difícil? Pero ese libro, igual que el de Reich, ha dañado a tantos millones de personas en todo el planeta, les ha triturado en lo libidinal, les ha provocado un sufrimiento atroz, en particular a las mujeres, al hacerlas inapetentes sexualmente, al condenarlas a no tener decendencia, al reducirlas al sexo basura, que no se puede ser clemente con sus autoras. Estás, ya ancianas, hoy no se consideran responsables de nada, han ganado mucho dinero con el panfleto, y ahora callan, astutamente, sobre los problemas tremendos que afrontan las nuevas generaciones en materia de amor, erotismo y sexo, en buena medida creados por ellas. Su falta de moralidad, a pesar de lo demagógico del título, las pone en evidencia. Es más, el carácter ñoño y mojigato del texto, como sucede con todos los productos de la “revolución sexual”, se evidencia cuando se estudia comparativamente con “El mundo íntimo de las fantasías sexuales femeninas”, W. Maltz y S. Boss. En este blog nos ocuparemos de él, más adelante. La crítica más demoledora a tales textos es que promueven un erotismo y sexo ABURRIDO. Eso es: ABURRIDO, que no merece la pena ser practicado.
2 El término “falócrata” es uno de los muchos insultos de que se valen las féminas neopatriarcales para agredir a sus oponentes. Estas son tan ignorantes, a la vez que tan violentas, que han desorganizado casi al completo la actividad sexual reproductiva de la especie. Eso es genocidio, pero no en el sentido de exterminio de un pueblo, sino de exterminio de la humanidad toda. Volveremos sobre el culto al falo como procedimiento, uno entre docenas, para elevar la energía sexual de las hembras de la especie humana, haciéndolas fértiles. Así ha sido utilizado por la humanidad desde hace milenios y milenios, pero hoy es perseguido…
Este análisis me hizo unir dos lecturas previas: El artículo periodístico donde denunciaban malos tratos a la mujeres que se alquilaron como vientres sustitutos para una empresa norteamericana que las regenteaba en México. La otra lectura, los libros del Carlos Castañeda, donde relata que el Chamán clasifica a sus pupilos en dos: los que necesitan abstinencia y dieta para soportar un ritual mágico, y los que no lo necesitan porque su energía vital es intensa. La difirencia entre ambos grupos es que los primeros fueron fecundados en un acto de sexo perezoso, los segundos nacieron como fruto de sexo vigoroso y orgásmico.
ResponderEliminarDesde esa perspectiva, también creo que la reproducción asistida y la familia moderna son aberraciones de una sociedad en decadencia.
Saludos: Yunuén Celaya.
Gracias por tu aporte Yunuén.
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