PRIAPO, DIVINIDAD PAGANA DE LA FERTILIDAD (1)


                                


 El estudio de la mitología pagana griega y romana aporta conocimientos notables sobre problemas esenciales de la existencia humana, siempre que se investigue con mente atenta y analítica, no con el espíritu frívolo y adormecido habitual. Para todas las especies de animales su continuidad, garantizada por el sexo, es un asunto primordial, por tanto, también para la especie humana. En esta, además, posee un significado todavía mayor, pues dada la relativa indefensión del ser humano frente a la naturaleza, tener descendencia, hijos, ha sido un procedimiento legítimo para asegurarse una edad adulta provista de ayuda, compañía, cariño y amparo.

Príapo es el dios pagano de los huertos y las cosechas, esto es, de la fertilidad, en primer lugar, de la humana. Quizá algunos se sorprendan de que es representado como un anciano provisto de una verga descomunal. Porque se suele admitir que el vigor generativo, sexual, es propio de la juventud, por lo que un dios de la fertilidad debería ser un muchacho vigoroso con el falo apropiadamente enhiesto. Pero no. La pregunta es por qué.

Para desentrañar esta incógnita, una de las tantas que ofrece el paganismo en lo referente al sexo1, hay que razonar con lógica. La vejez es la edad en la que se posee más sabiduría, cuando más se conoce sobre los asuntos esenciales de la existencia, también respecto al sexo y su función natural, la reproducción. Lo que expone, con lenguaje no verbal, las estatuíllas de Príapo es que para conseguir el éxito reproductivo hace falta no sólo potencia viril sino también sabiduría erótica. La primera es necesaria pero no suficiente, de manera que un joven vigoroso, por mucho que lo sea, no logra, por falta de experiencia suficiente, el mismo éxito reproductivo que un hombre de edad, siempre que éste se mantenga en buenas condiciones físicas y hormonales.

Dicho de otra manera, el sexo humano es un quehacer en el que la inteligencia cuenta, y mucho. No es sólo instintivo sino también reflexivo, como no es sólo sexual sino al mismo tiempo amoroso. Saber cómo realizar la función activa y excitativa propia del varón en el coito integral, es de mucha importancia, quizá decisiva. Porque la sexualidad humana, su complejidad, es al 90% la complejidad de la sexualidad de las mujeres. Y la infertilidad, lo diré claramente, es la consecuencia de la falta de fogosidad libidinal en las féminas, y también en los varones, en una sociedad que hace de la mujer una criatura polifrígida cuya tarea principal, según el poder constituido, es entregarse el trabajo productivo, para hacer más ricos a los empresarios y más poderoso al Estado. La epidemia de infertilidad comenzó cuando el todopoderoso estadista de EEUU, Henri Kissinger, declaró, en los años 60 del siglo pasado, que las mujeres debían dedicar su vida al trabajo, para pagar impuestos y hacer todavía más opulenta a la gente como él.

La mujer, para convertirse en un robot hiper-productivo en beneficio del capitalismo, tiene que ser polifrígida (a lo que ayuda bastante el mito del orgasmo femenino “de gemidos y gritos”, exaltado y quizá inventado por un ignorante total de estos asuntos, W. Reich, el padre de la sexología contemporánea causante de “la agonía del Eros”), para que sea una trabajadora eficiente, al convertir su energía libidinal natural en energía laboral productiva artificial. Que esto sea una tragedia personal para la mayoría de las féminas que se ven sometidas a tan tremendas maquinaciones, es otro asunto, que desde luego nada importa a los Kissinger de ayer y de hoy, ellas y ellos. Porque si la riqueza material y el dinero son el supremo bien, ¿por qué no sacrificarlo todo a estas dos deidades, en primer lugar, la líbido femenina?

Y a aquéllas que no lo puedan soportar se las atiborra de psicofármacos. Y las muy pocas que desean ser madres y no lo logran, porque el arte del sexo se ha perdido ya casi del todo, lo que origina en la mujer media un nivel tan bajo de la energía libidinal que no da de sí para ovular, y si lo hace es en condiciones tan precarias que no puede darse la fecundación, tienen a su “servicio” las clínicas de fertilidad, un negocio capitalista de unos 60.000 millones de euros en España, que en sólo unos pocos años más estará instalado, a costa del vigor biológico primario de la especie humana, que con ello dará un paso de gigante hacia su extinción, por disfuncionalidad sustantiva, visible e invisible, de las crías humanas resultantes de esas prácticas no sólo antinaturales sino también antihumanas1. Pero dejemos esto aquí, no sea que la policía del sexo, tan activa, me localice y…

El arte de amar y fornicar es un saber críptico, oculto, que se practica en la semi oscuridad y del que se habla a media voz. Así fue hasta que llegó la sexología académica, con su arrogancia ilimitada y su mesianismo, con sus recetas irracionales y aburridas sobre lo que debía ser el sexo. Ante ello, la sabiduría popular sobre el coito y sus antecedentes, próximos y lejanos, lo que constituye el coito global, se fue desmoronando.

Repasemos los saberes principales que forman parte de la panoplia del buen sexo.

Previo y fundamental es entender que el sexo es el mecanismo de que ha dotado la naturaleza a los seres vivos para dar continuidad en el tiempo a la especie. Así pues, el Eros no puede separarse ni un milímetro de la reproducción, si se desea comprenderlo. Y esto es así para quienes desean tener hijos tanto como para los que no lo desean, opciones ambas igual de respetables y legítimas, porque de lo que se trata es de entender su real naturaleza. En todos los casos hay que comenzar por el principio: el sexo es actividad fertilizadora, es creación de vida, en nuestro caso de vida humana, o posibilidad de ello. Y esto no resulta negado porque sólo sea fecundador un coito de cada billón, pues los abrumadoramente mayoritarios fornicios que no son reproductivos sólo pueden ser de calidad y exitosos si se acepta el axioma básico citado, que el sexo en los seres humanos en esencia es actividad creadora de vida humana.

La negación radical, tramposa, fraudulenta, de esto por los sexólogos ortodoxos, de Freud hasta el presente, es causa primera de la catástrofe que hoy conoce lo sexual, convertido en frívolo pasatiempo que interesa cada vez menos. Es causa y concausa, pues hay más causas, pero aquélla es decisiva.

Sentada esta premisa previa, vayamos a la descripción, por breve que sea, de las buenas prácticas sexuales, esto es, amorosas, eróticas y libidinales, imprescindibles para lograr el máximo de excitación y pasión en la mujer y en el varón, por tanto, el máximo de éxito en el encuentro amoroso, con indiferencia de si éste es reproductivo o no reproductivo en la intención de los coitantes.

(Continuará)

RODRI

 

1) Citaré dos más, sobre los que iré escribiendo. Uno es el del dios Fauno, por qué es mitad chivo (o macho cabrío) y mitad hombre. Otro es el significado reproductor de las fiestas Lupercales, que se celebraban en Roma en el mes de febrero, en las cuales las mujeres se hacían tratar de una determinada manera, como rito de fertilidad, lo que requiere de una explicación. Y hay más. No todo es pintoresquismo y frivolidad, hay motivos de fondo, considerando que una de las ideas primordiales de la gran mayoría de las mujeres de los pueblos antiguos era ser fértiles, lograr embarazarse. De ahí la notable cantidad de rituales sobre fecundidad y deidades de la fertilidad que había, que eran indicaciones sobre qué debían hacer y cómo, e incluso con quién, para lograr el preñamiento…

 2) Siento tener decir esto, por respeto y afecto hacia las personas que tengan hijos ya nacidos por causa de embarazos artificiales, y les deseo a estos niños y a sus padres lo mejor en todo. Pero al mismo tiempo he de pensar en otras muchas personas que quizá, si leen mis textos, eviten la artificialización de su vida reproductiva, se nieguen a acudir a las clínicas y escojan el camino de reformar radicalmente su vida amatoria, para tener decendencia de forma natural, por coito reproductivo. E incluso para que, si no lo consiguen así, acudan a remedios ancestrales, que ya he citado en otros artículos. También, he de decirlo, me debo un respeto a mí mismo, pues ya hace 20 años que escribí panfletos y artículos dirigidos a ganaderos criticando la fertilización artificial de las hembras reproductoras de sus rebaños, animándolos a retornar al sistema de monta natural de la hembra por el macho. Y a partir de ahí, como es comprensible, no puedo aceptar para las mujeres lo que me parece horrible y terrible para las vacas, las yeguas, las ovejas, las cerdas, etc., así como para sus crías y para el porvenir de estás especies animales.




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